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domingo, 3 de julio de 2011

Lo Normal No Tiene Nombre:

El Bolsón (DPYD).-HETEROSEXUALIDAD, HETERONORMATIVIDAD Y DISIDENCIA SEXUAL
Felipe Rivas San Martín
Los estudios sobre el lesbianismo, las identidades gay, las problemáticas trans, especialmente desde el surgimiento de las investigaciones historiográficas de los gay and lesbian studies y posteriormente de los estudios queer, han significado un enorme aporte a la conformación de un saber minoritario y a la emergencia de producciones teóricas que no estén fundamentadas en el proyecto homofóbico. Sin embargo, siempre que se habla, se investiga o se reflexiona acerca de la homosexualidad, el lesbianismo, o lo trans, por importante que sea hacerlo o incluso aunque las perspectivas desde donde se habla puedan ser parte de un proyecto antihomofóbico y democrático, no dejo de pensar si ese acto de reflexión no conlleva siempre, implícitamente, el ejercicio de volver a performar la situación tradicional de las sexualidades no normativas como objetos privilegiados de la mirada inquisitiva del saber. Muy probablemente, la urgencia de desarrollar esas investigaciones y esos discursos justifique por sí sola la necesidad de correr esos riesgos y son justamente esos riesgos los que debe sortear una práctica política discursiva, en los contextos nunca transparentes y siempre contradictorios de la heteronormatividad. Sin embargo también pienso que urge torcer la mano, dar vuelta la tortilla reflexiva e impugnar directamente al poder, mirarlo a los ojos y convertirlo también en objeto de nuestro análisis crítico. La heterosexualidad no sólo está presente de manera totalitaria en nuestras vidas. Está tan presente y llena tantos espacios, que pasa desapercibida por completo. Cuestionar, interrogar y poner a la heterosexualidad como el objeto de nuestro estudio es algo que intentaré de manera muy resumida en este texto, que es parte de un proyecto más amplio y profundizado. Para esto, revisaré dos aspectos que me parecieron primordiales. El primero consiste en la aparición del término “heterosexualidad” en el contexto de fines del Siglo XIX, las novedades que conlleva su acuñación y las relaciones que puede establecer con su término opuesto, la “homosexualidad”. Por otra parte, revisaré las distintas investigaciones que desde el feminismo y la teoría queer, han llevado a cabo una construcción teórica crítica de la normatividad sexual, que ha ido desde las nociones de “heterosexualidad obligatoria” o “pensamiento heterosexualidad” hasta la idea de “heteronormatividad”, clave en las actuales políticas de la disidencia sexual.

Genealogía de la Heterosexualidad

La palabra “heterosexual” tiene una genealogía extraña y contradictoria. Interesantes estudios, han cifrado su primera aparición en 1892, en una revista científica de medicina. En un sentido absolutamente distinto al que se tiene en la actualidad, el término significó originalmente una patología definida como “la atracción sexual patológica por ambos sexos”. Posteriormente fue empleado para designar “la atracción sexual excesiva y mórbida por el sexo opuesto”. Y recién en 1934, la palabra se utilizó en su significado actual, esto es: “pasión sexual por alguien del sexo opuesto; o sexualidad normal”.

Jonathan Katz, en su libro “El origen de la Heterosexualidad”, señala que es en las décadas posteriores a los años treinta, que el concepto de “heterosexual” se comienza a validar en los medios de comunicación masivos como el término que significa a la “sexualidad normal”.

Pero ¿Qué implicó la aparición del término “heterosexual” en el contexto de fines del siglo XIX? ¿Cuál es el proceso que operó en la categorización de la norma con un nombre propio? ¿Cómo es posible pensar la relación que se estableció entre dos términos (homosexual y heterosexual) que surgieron casi por la misma época, para nombrar dos expresiones de la sexualidad, pero que son valoradas de manera completamente diferente por nuestra cultura?

Heterosexualidad y Norma

En su libro “La crisis de la Heterosexualidad”, Oscar Guasch desarrolla un análisis de este hecho, utilizando como base el conocido procedimiento foucaultiano prescrito en el Volumen 1 de “La Historia de la Sexualidad”. La homosexualidad del siglo XIX significó –indicó Foucault- un cambio de paradigma tan radical en la manera en que el Occidente moderno comenzó a entender el sexo, que en sus propias palabras, mientras “la sodomía –la de los antiguos derechos civil y canónico- era un tipo de actos prohibidos; el autor no era más que su sujeto jurídico. El homosexual es ahora una especie”. La fuerza crítica de esta idea, ha implicado el desmantelamiento de los discursos naturalizadores de la sexualidad. La homosexualidad, tal y como la entendemos es una construcción moderna. La ciencia médica en vez de describir un fenómeno, prescribió una identidad y una naturaleza particular. Siguiendo esta lógica, el procedimiento de Guasch parece predecible: si la homosexualidad es un producto de la proliferación de los discursos sobre el sexo propios del siglo XIX, entonces la heterosexualidad – que como concepto es incluso posterior al de homosexualidad- también debe serlo.

Guasch señala: “antes de la heterosexualidad no hubo nada, excepto el pecado de sodomía”…” La normativa religiosa sobre la sexualidad prohíbe lo incorrecto pero no prescribe lo correcto. La sexualidad normal no tenía nombre y, en consecuencia no existía. Así pues, nada semejante a la heterosexualidad existió antes de ella.”

Intentar esclarecer los vínculos o rupturas entre los regímenes de la sexualidad normativa desde los inicios de la era cristiana hasta la aparición del concepto de heterosexualidad en el siglo XIX, excede con creces los objetivos de este trabajo. Sin embargo, es importante señalar que el argumento de Guasch adolece de una seria falta, que consiste en la confusión entre la heterosexualidad como noción de una orientación sexual particular, y la heterosexualidad como término que puede definir a la sexualidad normativa, es decir, a la norma. En realidad la norma nunca ha necesitado un nombre particular para poder operar, y parece ser justamente en el anonimato de la norma, el momento justo en que la norma ejerce su poder de manera más efectiva. No es correcto decir que “antes de la heterosexualidad no existió nada”. Existía precisamente la norma, en tanto norma superior, norma natural, prescrita por Dios y proclamada desde la filosofía y la teología cristiana. Sin lugar a dudas, la idea normativa del sexo relegado a la reproducción y la consecuente penalización de las prácticas no reproductivas, sindicadas como sodomía por la teología medieval, se superpuso pero a la vez se transformó en una nueva forma de poder a la luz de las nuevas prácticas de las ciencias médicas.

Pero si la heterosexualidad es efectivamente la Norma en materia sexual, qué sentido tiene desde un plano teórico distinguir entre la idea abstracta de “Lo Normal” en materia sexual, y el término “heterosexualidad” que vino a particularizar nominalmente esa norma?

En un ensayo que escribí hace un par de años, analizaba este hecho a partir de un singular caso mediático. A un programa de televisión que trataba el tema del lesbianismo, llamó un ofuscado y homofóbico espectador. Luego que éste hizo sus descargas, la invitada de aquel día, una mujer lesbiana, le preguntó al espectador si él era heterosexual, presumiblemente con el objetivo de ubicarlo en el lugar de la heterosexualidad homofóbica. Sin embargo, el espectador no comprendió esta pregunta, y respondió decididamente que él no era heterosexual, sino “normal”. El momento fue ciertamente muy divertido, tal como cuando en otros programas de televisión, se le pregunta intencionalmente a los transeúntes qué harían si tuvieran un hijo heterosexual y éstos se deshacen en explicaciones sobre la aceptación, el amor incondicional entre padres e hijos, o simple y llanamente expresan su homofobia más evidente. La razón de
esta confusión en las personas frente a la pregunta capciosa tiene dos posibles respuestas, que están vinculadas entre sí. Por una parte se puede deber a que las preguntas que se hacen sobre la sexualidad, tienen como destinatario privilegiado a la sexualidad no normativa, nunca a la norma. Lo disruptivo de este acto de interrogación, está dado justamente en que cita subversivamente una práctica común que pone a la homosexualidad en el banquillo de los acusados, como si éste fuera su espacio natural. Obviamente la normalidad no se cuestiona, la desviación si. Por otra parte, es muy probable que efectivamente gran cantidad de personas no sepan en efecto que la ciencia médica ha dotado a la sexualidad normativa de un nombre propio. Y es que siendo honestos, la existencia de un término específico para referirse al estado normal de las cosas (en este caso la sexualidad) es un tema bien complejo. Y es que “lo normal” como idea abstracta nunca ha necesitado un nombre propio. Superponiendo esta relación entre lo normal y lo anormal en materia sexual, a otros aspectos tales como la noción de normalidad anatómico-corporal, mental, o social lo cierto es que al estado “sano” de algún órgano del cuerpo, de la constitución genética, del funcionamiento fisiológico, la normalidad en la relación afectiva o con el entorno, no tiene un nombre específico equivalente a la nomenclatura del estado enfermo o anormal de esas mismas funciones corporales, mentales o relacionales. Efectivamente, lo normal se superpone y se confunde de manera compleja y contradictoria con las ideas de lo natural, lo sano, lo correcto, lo bueno y además con lo Universal. ¿Cómo es que lo que siempre se ha pensado a sí mismo como lo Universal y lo normal, lo Neutro y lo General, llegó a dotarse a sí mismo de un término que lo tornó aparentemente particular, específico y marcado?
Por una parte es bien probable que el afán clasificatorio en materia del sexo, propio de la ciencia médica de mediados y fines del Siglo XIX haya desbordado los límites de la sexualidad desviada, alcanzando con sus pretensiones taxonómicas a la misma normalidad sexual. Esa es una posible respuesta a la perturbadora aparición del término “heterosexual”, coherente además con la peculiar trayectoria del término, descrita por Katz, que va desde una patología bisexual, para llegar a significar recién en la década del 30 su sentido actual. Hace dos años, la lectura que hice de ese hecho tenía más que ver con la relación que existe entre la heterosexualidad y la homosexualidad y con la posibilidad de pensar a la heterosexualidad como una orientación sexual particular, paralela, simétrica a la homosexualidad, algo así como su equivalente opuesto. El argumento que elaboré en ese momento –y que hoy mantengo con matices- es que “hablar de heterosexualidad/homosexualidad como lo hizo la medicina y la psiquiatría desde el siglo XIX invisibiliza la relación verdadera que existe entre ambos términos. La heterosexualidad es lo general y lo normal, hegemónicamente impuesto en la cultura. Al hablar de “heterosexualidad” y “homosexualidad” pareciera que estuviéramos hablando de dos términos, dos posibilidades iguales, dos particularidades sexuales desde un punto de vista objetivo y neutral… El discurso médico que se hace pasar por neutral, quiere invisibilizar esta relación de poder constitutiva en el binomio Homosexualidad y Heterosexualidad. Como expresó Guattarí “Hay una sola sexualidad, la homosexual”. La heterosexualidad actual no es una sexualidad, sino –reitero-, lo normal y lo universal.
Raquel Capurro, en su artículo titulado “Heterosexual-Homosexual: crítica de un par conceptual”, investiga esta cuestión. Capurro indica -a propósito del surgimiento de las clasificaciones sexuales- que “en ese contexto, el "hetero" adviene como la regla del "homo". Pero si esto es cierto –reflexiona la misma Capurro- el “hetero debiera haber precedido a homo y esto no fue así”. Para dilucidar la paradoja, recurre a Canguilhem, quien en “Lo Normal y lo Patológico” expresa:
“Lo anormal como a-normal es posterior a la definición de normal. Sin embargo, es la precedencia histórica del anormal futuro la que suscitó la intención normativa. Lo normal es el efecto obtenido por la ejecución del proyecto normativo, es la norma exhibida en el hecho.” “Como proyecto social –continúa Capurro- la heterosexualidad determina a la homosexualidad aunque el término aparezca un poco después para funcionar, entonces sí, como la norma/l por fin explicitada”. Pero el momento más problemático de la argumentación de Capurro, consiste en la apropiación que hace de la afirmación de Leo Bersani:
“La identidad homosexual es de hecho una creación heterosexual. Constituye un eslabón importante en una estrategia más general de clasificaciones que apuntan a volver totalmente inteligibles y por ende susceptibles de manipulación a las actividades eróticas de los cuerpos humanos”
El problema puede resumirse en lo siguiente: Si la frase de Bersani es cierta, esto es, que la heterosexualidad construye a la homosexualidad, la forma gramatical del enunciado, implica que la heterosexualidad ocupa el lugar de un sujeto que antecede y construye a la homosexualidad. Si la heterosexualidad es anterior a la homosexualidad, la determina y la construye, uno podría llevar más allá el análisis y preguntar entonces ¿quién construye a la heterosexualidad?. La falla de teorizaciones como las de Bersani (que Capurro hace suyas), es que nuevamente justamente confunden el régimen de poder (esto es la Norma sexual), con la expresión nominativa que esta ha adquirido (heterosexualidad). No me parece que pueda extrapolarse un análisis sobre la relación entre lo normal y lo anormal en materia de sexualidad, al análisis de la relación entre los términos conceptuales que materializan en el lenguaje esa relación. Un análisis tal, no sólo reduce la norma y lo que está fuera de la norma a sus expresiones lingüísticas, sino que malentienden el modo en que la aparición del término “heterosexual” ha significado una novedad en los regímenes mismos de lo normal y lo anormal. Esto hace que Capurro malinterprete la argumentación de Canguilhem.
Heteronormatividad

La heterosexualidad como la Norma, o más bien la Heteronorma, ha sido teorizada desde los sectores del feminismo y la crítica queer e implica no sólo la supremacía de la heterosexualidad sobre las otras sexualidades, sino una serie de cuestiones anexas que se interrelacionan de manera directa y compleja a esta supremacía heterosexual.

En un primer momento, Adrienne Rich en su ya célebre ensayo “La Heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana” interpretó el carácter obligatorio de la heterosexualidad, como imposición compulsiva a los seres humanos, para referirse a las constricciones sociales a la sexualidad lesbiana y la imposición de la dominación masculina sobre las mujeres. Monique Wittig, por su parte, definió por la misma época a la heterosexualidad ya no como una sexualidad particular sino como un régimen político. Un régimen de pensamiento que administra los cuerpos, sus usos, caracteriza ciertas zonas de éste como “órganos sexuales”, encasilla en un sexo determinado, otorga un género correspondiente y normaliza el deseo respectivo.

“El pensamiento heterosexual –señala Wittig- no puede concebir una cultura, una sociedad donde la heterosexualidad no ordene no sólo todas las relaciones humanas, sino también la misma producción de conceptos e inclusive los procesos que escapan a la conciencia… los discursos de la heterosexualidad nos oprimen en el sentido que no nos dejan hablar a menos que hablemos en sus términos… Hombre y Mujer son conceptos políticos de oposición… esto significa que para nosotras y nosotros ya no puede haber mujeres y hombres, y que como clases y categorías de pensamiento o lenguajes tienen que desaparecer política, económica e ideológicamente.”

Si bien Wittig mantiene el término “Heterosexualidad”, modifica radicalmente su significado, resemantizándolo y aproximándose a lo que posteriormente será definido como “Heteronormatividad”.

Judith Butler, con su noción de “matriz heterosexual”, inaugurada en “El Género en Disputa” y siguiendo a Wittig, comprendió la heterosexualidad como una suerte de espacio sistémico dentro del cual se producían los sujetos a través de actos performativos que citaban las normas culturales. El trinomio de sexo-género-deseo, funcionaba en la matriz heterosexual para producir la inteligibilidad cultural de los sujetos. Una incoherencia en la relación normativa entre el sexo, el género y el deseo, provoca la exclusión del régimen de inteligibilidad social. Los excluidos de la norma establecen un afuera, como un exterior constitutivo de ese mismo sistema de inteligibilidad sexual.

Y son finalmente Michael Warner y Lauren Berlant quienes en “Sexo en Público” introducirán la noción de “Heteronormatividad”, clave para las actuales teorías y práticas de la disidencia sexual. La heteronormatividad, es un régimen político que funciona a través de distintos mecanismos de poder represivos pero sobretodo productivos, la mayoría de las veces contradictorios y discontinuos, para controlar nuestros cuerpos. Sólo dentro de la matriz heteronormativa adquieren coherencia e inteligibilidad los cuerpos en cuanto cuerpos sexuados, limitados al binomio hombre-mujer. Sólo esas dos categorías han sido estructuradas como las categorías posibles para definir el sexo, a partir principalmente de criterios anatómico-estéticos. Cuando una persona nace, inmediatamente operan estos procesos de adecuación a una de las categorías disponibles: ¿es niño o niña?. El cuerpo, fragmentado en órganos, será a su vez jerarquizado a tal punto que sólo un cierto tipo de zonas (los denominados “órganos sexuales”), con independencia de cualquier otro criterio, nos dirá la verdad del sujeto. Es una niña. A partir de criterios estéticos y anatómicos, se elaborará una simple frase, pero con consecuencias tremendas para la vida de las personas.

Cuando una persona nace y no es posible a partir del examen estético asignarla a una de estas dos categorías, esto es, a las personas intersexuales o conocidas comúnmente como “hermafroditas” que poseen genitales que no se corresponden con las normas anatómicas, se le aplican una serie de tecnologías que tienen por finalidad la asignación del niño al sexo anatómico considerado “natural”. Las cirugías a la que son sometidos los niños y niñas intersexuales cuando nacen, lógicamente sin su consentimiento y la mayoría de las veces sin entregar toda la información a los padres, los dejan con secuelas permanentes, tales como cicatrices, imposibilidad reproductiva e incapacidad de experimentar placer genital. Las operaciones, lejos de lograr su objetivo, han generado un daño enorme en la vida de cientos de personas. El movimiento internacional de personas intersexuales, ha demandado la modificación de los protocolos médicos con el fin de eliminar las cirugías infantiles y esperar a que los niños tengan edad suficiente para decidir de manera informada lo que quieran hacer con su cuerpo.

Luego que la asignación del sexo anatómico ha sido satisfactoria, la diferencia sexual se estabiliza a través del pack cultural que acompaña a cada sexo. Esto, se ha conocido desde hace algunas décadas como “género” y consiste en resumidas cuentas en una serie de elementos que estructuran desde la manera de vestirse de las personas, hasta la forma de ser, sus gustos, su personalidad, sus expectativas de vida y por supuesto las relaciones de poder asimétricas que se dan entre ambos sexos.

Los dos términos del binomio “hombre masculino” y “mujer femenina” se entienden como opuestos y complementarios y están llamados a atraerse para constituir la institución de la “pareja” consagrada en el matrimonio, como la expresión máxima del amor. A esta atracción se le ha denominado “heterosexualidad” y se entiende al mismo tiempo y de maneras confusamente superpuestas como lo “natural”, normal, sano, moral, bueno, correcto, universal, etc. Instituciones tales como la familia y la escuela están diseñadas también para reproducir estos ideales normativos y detectar, mantener a raya y corregir cualquier posibilidad de desviación de las normas.

La heteronormatividad fija las prácticas sexuales en identidades sexuales esencializadas y ontológicas. Además, garantiza la estabilidad del sujeto heterosexual a partir de la exclusión radical del abyecto (lesbianas, maricones, tortilleras, travestis, transexuales, sadomasoquistas, etc.). Por lo tanto, la exclusión y desprecio por las sexualidades no normativizadas, común y erróneamente denominada “homofobia”, no corresponde a casos aislados de sujetos singulares, sino a una característica fundante del orden heterocentrado. La violencia, el odio, la exclusión, la invisibilización, el sometimiento a investigaciones e interrogatorios médicos y psiquiátricos y el menosprecio de las demandas políticas de las minorías sexuales, son parte constitutiva de la norma heterosexual. La homofobia, no debe ser entendida entonces como una “enfermedad” de ciertas personas singulares. La violencia no es “anormal” al sistema, sino el resultado mismo de actuar “en la norma”.

La función “metacultural” de la categoría de “heterosexualidad” ha imposibilitado el trabajo de la teoría, constituyéndose en algo “no tematizable”, ni posible de ser revisado bajo un análisis crítico. Es un hecho sintomático que las ciencias sociales no se hayan percatado aún que la Heterosexualidad no existió siempre de la manera que la entendemos hoy, (y esto no sólo es una cuestión terminológica), y que la manera de valorar las relaciones sexuales reproductivas, y la afectividad entre personas de distinto sexo no ha sido la misma a través de los siglos. La pregunta de “¿porqué nuestra cultura a diferencia de otras instituyó a la sexualidad reproductiva de tales características y a la vez excluyó con tal ferocidad las otras sexualidades? No es una pregunta posible de ser realizada dentro de los límites de inteligibilidad de las ciencias actuales.

En cambio, las sexualidades que el sistema heteronormativo a la vez produjo como tales y luego excluyó del ámbito de la legitimidad, son objeto del más apasionado estudio por parte de las diferentes disciplinas del saber, con el fin de averiguar lo mayor posible sobre su verdad. Excluidas, discriminadas, exhibidas pero al mismo tiempo invisibilizadas y convertidas en objeto de estudio, las distintas expresiones del sexo, la afectividad y el deseo que no se corresponden con la norma heterosexual han sido impedidas de articular una voz propia. La mayoría de las veces en el contexto del interrogatorio médico, ha sido el único lugar donde se las ha podido escuchar, para responder a las preguntas compulsivas de la psiquiatría y la medicina. En el mejor de los casos han logrado organizarse, pero simplemente para pedir una cierta cantidad de derechos, reivindicaciones de mayor tolerancia e integración al mismo sistema que nos produjo y nos excluye.

Hoy, las tortilleras, los maricones, los y las trans, comienzan a articular un discurso propio, crítico, incipiente y aún precario, que va más allá de la simple demanda de derechos y reivindicaciones. Dejar de ser los objetos de estudio, para constituirnos en agentes de nuestro propio discurso, vale más que cualquier ley que se pueda aprobar. Y lo que empezamos a balbucear de maneras disonantes y entrecortadas, puede servirnos no sólo a nosotros, sino a toda la sociedad.

Termino con una cita de Pedro Lemebel:

“La loca deconstruye eso, la loca hace el quiebre, hace la fisura, se cuestiona, replantea, duda, ironiza… Es como el cojo. El cojo cuando cojea, se sale de la fila y puede saber en qué está metido.”
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