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miércoles, 11 de agosto de 2010

Historia de un colegio católico con un rector que era amigo de Videla

Por Laura Lifschitz
lesahumanidad@miradasalsur.com

En el Instituto Santa Lucía, de Florencio Varela, hubo diez estudiantes desaparecidos.

La mano de Judas. El rector Rodríguez y la estudiante Silvia Schand, quien sería secuestrada estando encinta. Se sospecha que el rector la habría delatado.


El 24 de marzo de 1987 los alumnos del Instituto Santa Lucía de Florencio Varela ingresaron por el jardín desde el que se observa la imagen de la virgen, rodeada de los pavos reales, herencia de los antiguos dueños del predio, que daban cierto aire pintoresco a la institución. Una vez congregados en el gimnasio, su rector y fundador, Modesto Evaristo Tino Rodríguez, inquirió desde un improvisado púlpito: “Los desaparecidos son todos delincuentes, asesinos. Y bien se merecen lo que les pasó. Yo he visto caminar por estos pasillos al diablo, pero gracias a Dios esas personas están hoy viendo crecer los rabanitos desde abajo”.
Toda una declaración de principios.
El alumnado escuchó en silencio las palabras de quien era el símbolo del colegio y de la comunidad varelense. Algunos meditaron el asunto y no se quedaron de brazos cruzados.
Los pibes del Santa. Quienes para 1987 estaban bien muertos, según Rodríguez, eran diez ex alumnos que entre 1977 y 1979 fueron secuestrados por las Fuerzas Armadas bajo las órdenes de Jorge Rafael Videla. En el año 2009, Néstor Denza, Rafael Britez, Eduardo Cartoccio y Julio Kaler, con la colaboración del Centro Monseñor Enrique Angelelli, realizaron un documental al respecto, Los pibes del Santa. Teodosio Acuña, Daniel Demaestri, Angel Iula, José Lépore, Horacio y Julio Gushiken, Silvia Schand y los hermanos Gustavo, Sergio y Alejo Zurita habían comenzado allí su militancia estudiantil. Al momento de sus secuestros –cinco de los cuales ocurrieron en una redada entre el 23 y el 26 de mayo de 1978– los diez muchachos repartían su tiempo entre el trabajo social y la fábrica.
El Santa Lucía, enmarcado en una población con escasas posibilidades de acceso a la educación media, se había caracterizado por abrir sus puertas tanto a las familias más acomodadas como a los hijos de los trabajadores de las zonas rurales. Sin embargo, pese a su apertura en este sentido, su rector era irreductible en lo ideológico. Tanto es así que en medio de un enfrentamiento con los alumnos, la siguiente leyenda apareció una mañana de 1974 frente al aula de 5º año: “Fuera perros comunistas Lépore y March”.
La frase venía a cuento del reclamo del Grupo de Resistencia Estudiantil Secundario (Gres) y la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) por la conformación de un centro de estudiantes. Por ello, los chicos habían distribuido en la puerta del colegio volantes solicitando un espacio en donde poder expresarse sin ser víctimas de persecuciones. Es que Rodríguez gustaba llamarlos “forajidos, irresponsables y subversivos”. Además se pedía el apartamiento del profesor Tamburo, sospechado de pertenecer a Coordinación Federal, el servicio de inteligencia de la Policía Federal. El tipo, además, había ordenado la expulsión del alumno Horacio Gushiken. Lo cierto es que los pibes eran todos buenos alumnos y muchos de sus docentes los recuerdan con gran afecto. Ángel Iula fue abanderado de la promoción 1974 y su nombre fue omitido en el homenaje que la institución hiciera en su décimo aniversario. El propio Rodríguez dio esta sintomática argumentación: “No sabemos dónde está, no sabemos si está de viaje, si está desaparecido o si se fue a vivir a otro lado”.
Pero sí se supo. Lépore, Acuña, Alejo Zurita y el matrimonio Iula-Schand fueron vistos en el centro de detención clandestina El Banco. Silvia Schand llevaba un embarazo de tres meses. Hasta hoy no hay datos acerca del paradero de ese bebé. Sergio Zurita fue visto en La Cacha y luego asesinado. Nunca pudo saberse nada de los secuestros de Claudio Zurita y Julio Gushiken. Daniel Demaestri fue conducido hacia lugar desconocido en el mismo automóvil en que iba Antonia Oldani de Reggiardo. Su historia se cruza con la de otro varelense desaparecido, Francisco Bartucci. Los restos de Horacio Gushiken fueron encontrados en una fosa común.

El ciclo de la Historia.
En 1987, el ala conservadora de la sociedad argentina esperaba un nuevo alzamiento militar. Tino, envalentonado con esa posibilidad, no había permitido un solo temblor en su voz aquella mañana. Tenía el aval de los medios locales que celebraban su visita al reo Jorge Rafael Videla al penal de Magdalena. La vinculación con el genocida databa de varios años, pues Omar Bódega, importante comerciante de la zona, era padre de un ahijado del militar. Por ello las visitas de Videla al solar de los Bódega se hicieron cada vez más frecuentes, compartiendo largas sobremesas en los asados dominicales. Allí, Tino quedó deslumbrado con la estampa castrense del ex comandante en jefe, al punto de compartir el pesar por su detención.
Un grupo de alumnos, docentes y vecinos levantaron su voz para reprochar su gesto de compasión. El revuelo llegó a oídos del diputado provincial Jorge Fava, quien realizó una denuncia penal por “apología del crimen”. Por su parte, el Concejo Deliberante de Florencio Varela se reunió a fin de dirimir la responsabilidad del rector. Tino se oponía sistemáticamente a su retractación, al punto de que varios alumnos fueron objeto de persecuciones y amenazas. Nada raro. Ya habían escuchado de boca del rector del colegio comentarios del siguiente tenor: “Su madre va a terminar como esas locas del pañuelo blanco que dan vueltas en la Plaza”.
En el libro Los pibes del Santa, que luego se convirtió en el film, los autores son exactos a través de los testimonios recopilados sobre la historia de este colegio: “Lejos de desdecirse y subiendo la apuesta Tino Rodríguez defendió en varias oportunidades, ante todos sus alumnos, al general Videla, a Camps, a la dictadura en general, por haber librado la guerra contra la subversión, y acusaba también al obispo Novak” –con quien había mantenido una fuerte disputa por su posición respecto de la defensa de los derechos humanos– “de no querer oficiar una misa para Famus (Familiares de Muertos por la Subversión)”.
Antes de ello, a fines de los –70, Rodríguez –quien tenía asimiladas algunas estrategias, producto de su paso como docente en correccionales para menores– intimaba a los estudiantes: “Tengan cuidado con lo que hacen. El otro día vi cómo terminaron unos subversivos: cuando volvía de La Plata en la ruta había un operativo; el auto de los guerrilleros se quemó con todos adentro, pasé despacito para ver y lo único que no se había carbonizado era el pie de uno, que sobresalía por la puerta”.
El testimonio del doctor Rubén Porto fue esclarecedor para los autores del libro, que está incorporado a los expedientes de los Juicios por la Verdad en La Plata, gracias a la gestión de la Comisión por la Memoria, la Verdad y la Justicia de Florencio Varela. Ex concejal y reconocido pediatra de la zona, Porto fue preceptor del Santa Lucía desde principios de la década del ’70. El médico confesó que durante la dictadura había sido testigo de las visitas de algunos militares al colegio –a los cuales reconoció por sus uniformes de fajina– para reunirse con Rodríguez, a partir de lo cual él deducía que podría haber tenido lugar algún tipo de señalamiento de personas.
Lo cierto es que luego del incidente de 1987 Tino o El Jefe, como le gustaba hacerse llamar, prosiguió su defensa del genocida, dando de ello testimonio por escrito en sus memorias. En febrero de 2003 murió en Mar del Plata, la ciudad en la que un año después el Equipo de Antropología Forense reconoció los restos de Horacio Gushiken, enterrado en una fosa común, con signos de haber sido acribillado por la espalda. Fue esa misma ciudad en la que se había refugiado Claudio Zurita en 1979, momento desde el cual nada se sabe sobre él.

El Instituto Santa Lucía continúa conservando el prestigio conseguido con sangre, sudor y lágrimas.
Y es en la actualidad dirigido por una sobrina de Tino, María Matilde Rodríguez De Virgiliis. Ella misma al año siguiente, en 2004, propuso que en el gimnasio de la institución colgara una gigantografía del fundador, y tan sólo luego de insistentes pedidos accedió en 2006 a exhibir un afiche en homenaje a los diez estudiantes detenidos-desaparecidos en un pasillo por el que prácticamente hoy nadie pasa. Tal vez esto sea consecuencia directa de una de las máximas que engalanan el ideario del Instituto Santa Lucía, aún cuando la propia comunidad educativa ni siquiera pueda medir el alcance de sus propias palabras: “Hemos reconocido la fuerza creadora de la verdad y del bien pero también la oscuridad del mal y el peso de la culpa”.
EL MINISTRO DE LA CORTE
Francisco Pancho Bartucci fue secuestrado el 29 de julio de 1976 cuando iba al encuentro de Daniel Demaestri, uno de los pibes de Santa Lucía, quien luego correría la misma suerte, también en Florencio Varela.

Pancho y Daniel eran militantes de la Juventud Peronista.
En aquel momento realizaban sus actividades en un local en la calle San Juan, cuyo contrato de locación había sido firmado por Gustavo Zurita, Rubén Porto –por ese entonces perceptor del Santa Lucía–, Luis Genoud y Ernesto Bargas, actual director provincial de Tierras de la municipalidad de Florencio Varela.
Para ese entonces Genoud, actual presidente de la Corte Suprema bonaerense, ya había abandonado su trabajo como oficial de policía en Avellaneda. Hay quienes aún hoy recuerdan que cuando se recibió de abogado acudieron a su festejo todos los muchachos de la zona, entre ellos gran número de quienes formarían luego la lista de detenidos-desaparecidos de Varela. Años más tarde, cuando el 26 de junio de 2002 fueron asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, Genoud ocupaba la cartera de Justicia y Seguridad. Por aquel episodio la Justicia condenó a Alfredo Fanchiotti, el jefe del comando Patrullas, un viejo conocido de Varela, cuya hermana se desempeñó en el Santa Lucía como profesora. Más aún, la ligazón entre Genoud y el colegio llega al punto de la familiaridad: está casado con Teresita Rodríguez, otra sobrina de Tino Rodríguez, quien también dio clases en la institución.
A fines de 1976, poco antes de su desaparición, Pancho comunicó a su hermana Nelly: “Si me llega a pasar algo algún día, hablá con Luis [Genoud] que él te va a decir lo que hay que hacer”. Dos días después de su secuestro, Nelly se dirigió a la casa de Luis para que la asistiera. El abogado poco hizo por ella, apenas le dijo que fuera a la comisaría 1° de Varela a hacer una denuncia por averiguación de paradero, pero que no le iba a explicar cómo se hacía un hábeas corpus “porque era un momento muy peligroso”. Al llegar a la dependencia policial, grande fue la sorpresa de Nelly al encontrar allí mismo a Genoud dialogando con el oficial de policía a cargo, poniéndolo al tanto de la pronta llegada de la mujer. En ese mismo momento y delante de la presencia policial, Genoud comenzó a interrogar a Nelly acerca del lugar en el que su hermano dormía siempre. “Yo le decía: ¿dónde va a dormir? En la casa de mi mamá. Pero él me insistía: ‘No, no, él tenía otro lugar. Decime en dónde dormía’. Todavía me pregunto qué habría pasado si él hubiera actuado de otro modo ese día adentro de la comisaría”, afirma Nelly, quien en 2004 contó esta historia ante un tribunal de La Plata sin mayores repercusiones. Lo cierto es que la comisaría 1° de Florencio Varela guarda en el más absoluto silencio esa historia. Años después, otra igualmente trágica tendría lugar allí: en mayo de 2002 fue torturada hasta la muerte la joven Andrea Viera, en tiempos en que se desempeñaba como ministro de Seguridad el mismísimo Genoud.

FUENTE: MIRADAS AL SUR

2 comentarios:

  1. Gracias Gente por subir esta nota!!! es bueno que la gente sepa un poco de historia, para que las cosas no se repitan!

    Saludos!

    El Puma

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  2. Niedojadlo Claudio A.9 de julio de 2011, 6:25

    Habiendo sido alumno del Santa Lucía desde 1972 al 77, compañero de Rafael Britez (le mando un abrazo), y sin haber simpatizado con Tino Rodriguez, debo decir que en la nota y en Los Pibes...sólo constan sospechas, conjeturas, deducciones...Considero que es una base pobre para desde allí catalogar a Rodriguez como entregador de alumnos...
    Claudio A. Niedojadlo

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